El amor está en el aire, O de cómo aterriza el invierno en la ciudad. No se trata de vivir a pesar de, sino de seguir viviendo, en marcha, sonriendo, aunque a veces la sonrisa no acaba de tomar forma, se queda atada con el hilo invisible que la une al corazón, y que se ha hecho un nudo. Desnudo. Al sol. Quizás sea la conciencia de ser los últimos supervivientes, de que, al fin y al cabo, ya todo está perdido. Si no nos mata la guerra el CO2 lo hará. Quizás el futuro del no hay futuro ya está aquí. Oh, sí, ellos lo saben, así que mandan misiones a Marte en busca de nuevas parcelas que colonizar. No se preocupen viejos, iremos a despedirles al muelle de lanzamiento. No olviden llevarse a sus esposas, su petaca de whiskey (scotch, bourbon, incluso el dyc!) y, sobre todo, sus misiles nucleares. Seguro les harán falta para calentarse en las largas y frías noches del planeta rojo. No sufran por nosotros, estaremos bien. Tumbados al sol, en las playas, por los campos, bailando al ritmo de mil y una músicas que el aire llevará de pueblo a pueblo, de corazón a corazón. Y los más atrevidos cantarán la canción de amor que todos esperamos oir, esa canción en mil lenguas con un mismo significado, con un mensaje común, una esperanza. Se lleva el rojo este año, el rojo pasión. Y el naranja mango y el verde limón. Y el azul de cielo y el azul de mar. Del blanco albino al negro carbón, pasando por todos los tonos del ocre. Pero no es mediocre. Cada sueño, cada beso, cada risa sale volando como una mariposa, el aire se llena de amor, de color, de olor. Y nos cubre como un velo, como una niebla cálida de mañana de verano, de orilla del mar. Tiene razón, de nuevo, el loco: ya no somos inmortales, somos eternos. Forever.
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De poetas y energúmenos 