EL QUIJOTE. La locura libertaria

¿En qué consiste la lógica peculiar de don Quijote? De niños, de poetas y de locos, todos tenemos un poco. Entendemos la realidad imaginándola. Pero no nos hagamos ilusiones. La amada quizás no tiene la perfección de que nosotros la dotamos. El político piensa que la vida social está esperando desde hace veinte mil años que él dé un decreto para arreglarlo. El literato cree que ha contestado agudamente una pregunta que logró contestar estando a solas y después de una noche de insomnio. Cada loco tiene su tema. Todo esto nos indica que con harta frecuencia vivimos de manera ilusiva y no contamos con la realidad de los hechos, si no se ajustan a nuestros deseos. Con intuición profunda decía Nietzsche: “Mi memoria recuerda que lo hice, mi orgullo dice que no puedo haberlo hecho y, en definitiva, mi memoria cede”

Luis Rosales. Cervantes y la libertad

Introducción

La mayoría de críticos que han dedicado ensayos y artículos a la obra de Cervantes El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, parten de una premisa aparentemente clara y concreta: la locura del Quijote, o, mejor, de Alonso Quijano, quien a causa de esa enajenación se convertirá en Don Quijote. A los argumentos literarios, se han unido voces de otros ámbitos, como el de la psicología y la psiquiatría, que han dotado de terminología científica, casuística y diagnósticos clínicos al análisis del personaje en particular y de la obra en general. Pero, del mismo modo, esta tesis, avalada como digo por los más ilustres profesionales de diversos campos, ha sido, si bien con menos frecuencia, puesta en entredicho, o cuanto menos matizada, por algunos escritores, en análisis realizados ya no desde el terreno de la crítica, siempre teórico y argumentativo, sino desde el de la ficción. Esto es, un análisis “interno”, en el que el crítico, desde su situación de autor literario, puede tener una mayor empatía con Cervantes, asumir sus intenciones, su punto de vista como creador, el propósito con que podría haber dotado sus personajes de determinadas características, habilidades e idiosincrasia. Así, podemos leer la interpretación idealista, espiritual y al mismo tiempo intelectualizada de Unamuno, -al respecto de la relación de Unamuno con el Quijote, escribe Javier Blasco, de la Universidad de Valladolid: Unamuno es hombre de su tiempo y su tiempo está empezando a vislumbrar, con esperanza, las posibilidades de un pensamiento liberado de la tiranía de la razón, divinizada por la ciencia; de la “ramplonería” del sentido común burgués; del utilitarismo de los políticos y de la lógica de los bachilleres-; del poeta Dámaso Alonso, en el prólogo a la Aproximación al Quijote de Martín de Riquer: “Don Quijote es neciamente sabio, sabiamente necio; es absurdamente angelical, angelicalmente absurdo; grotescamente sublime, sublimemente grotesco.(…)El primer análisis del hombre es el de su dualidad constitutiva: carne y espíritu; perentorias necesidades fisiológicas y alto vuelo del ideal”; de Luis Rosales, en su discurso de recogida del premio Cervantes: “El Quijote es un libro tan insólitamente libre que en él no hay nada irrealizable. Es un libro que nos hace vivir. Basta leerlo para crecer. Basta leerlo para crecer. En cada una de sus páginas nos repite lo mismo. Si tienes puesto en hora el corazón, puedes cambiar el mundo. Puedes hacerlo justo. Puedes hacerlo libre.” Flaubert, Dostoievski, Nabokov, Julian Barnes, Torrente Ballester, Paul Auster, Mark Twain…. entre un sinfín de escritores, han dedicado páginas de estudio al Quijote, le han parafraseado en su obra, se han inspirado en él, desde una perspectiva más poética que erudita, que nos acerca a una realidad cervantina, quizás no tan precisa, pero sin duda más sugestiva.

Del mismo modo que se ha convertido en modelo de personajes e inspiración de autores, Don Quijote también ha traspasado los umbrales de la literalidad para convertirse en paradigma de vidas reales, en espejo de valores humanos y de utopías aventureras, en arquetipo de hombre que persevera en su afán por cumplir su sueño, que lucha contra las adversidades en la defensa de su modelo de vida, de su moral y su idea del mundo.

Bolivar, hace casi 200 años, decía que él era uno de los tres locos egregios de la humanidad, junto a Jesucristo y Don Quijote; por la misma razón que el Che Guevara, más recientemente, en una de sus últimas cartas a la familia se refería a su misión liberadora mencionando asimismo la necesidad de volver a sentarse sobre “los costillares de Rocinante”(1)


La locura de Alonso Quijano

En el primer capítulo Cervantes nos presenta a Alonso Quijano, hidalgo manchego, poseedor de los bienes suficientes para llevar una vida ociosa y desahogada. No nos cuenta el autor nada de la vida de este personaje. Su nacimiento, su infancia, su juventud, su itinerario vital nos será desconocido, y de esta manera no condicionará la visión que el lector tenga del personaje, ni el juicio que nos merezcan sus actos posteriores, En consecuencia, ningún antecedente conocido podría augurar desenlace alguno, ningún determinismo preconizará ulteriores acontecimientos, sino que, a partir de un momento concreto será el propio personaje Alonso Quijano quien ponga en marcha la acción. La lectura desmedida de libros de caballerías, ejercicio común en la época, y de la que son partícipes algunos personajes del entorno del hidalgo, así como otros que más tarde irá encontrando, será el percutor que active esta acción, puesto que influenciado por estas lecturas, el personaje tomará la decisión de convertirse en caballero andante. El propio Cervantes achaca esta decisión a la locura del personaje:

Y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio. (…)En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante(I,1) (2)

Esta acción transcurre en los primeros párrafos de la obra, y sienta la base sobre la que el lector entenderá toda la trama posterior: la locura de un hombre. No obstante, a medida que la lectura avance, nos daremos cuenta de que Cervantes juega con las palabras, con las acciones, con los personajes, con las referencias históricas y con el lector mismo. A lo largo de la obra irá desarrollando situaciones equívocas, juegos de espejos, simulaciones y farsas, de la que a veces el lector será plenamente consciente, pero que en muchas ocasiones ocultarán entre líneas una lectura sutil y encubierta. Tanto el lector como la crítica aceptan el doble sentido, la fabulación, la invectiva que encierra la obra y con la que Cervantes pretende desmontar, no sólo la celebridad de los libros de caballerías, sino toda una visión de la realidad basada en esquemas caducos. Con esa convicción de recorrer un mundo más sugerido que real nos dejamos llevar de la mano de Cervantes, y, sin embargo, aceptamos la locura del hidalgo como quizás la única certeza que Cervantes nos presenta. El propio escritor se muestra dubitativo ante la autoría de la obra, envolviéndola en un aura laberíntica y emboscada, pero nadie duda que este artificio no es sino una propuesta lúdica e irónica más del autor, un juego literario, en suma, ampliamente descrito y estudiado en el ámbito filológico. En consecuencia, a nadie se le ocurriría achacar esa digresión a una confusión de Cervantes, a un desvarío o un delirio. En cambio, seguimos creyendo que Alonso Quijano se ha vuelto loco, aún cuando el mismo personaje justifica en cada momento sus decisiones. Alonso Quijano no cree ser Don Quijote, sino que decide convertirse en él. Esa elección no es más que un ejercicio de libertad, de esa libertad que impregnará toda la obra y que será la clave de un éxito que traspasará umbrales físicos y temporales. De la misma manera que personajes reales de todos los tiempos se han visto tachados de insensatos, rechazados como orates, e incluso castigados por intentar hacer realidad sus ideas, que ellos creían ciertas, probables y posibles, frente una sociedad que no las veía sino como fruto de una mente insana, Alonso Quijano pondrá todo su empeño en cumplir sus intenciones.

y así, con estos tan agradables pensamientos, llevado del extraño gusto que de ellos sentía, se dio priesa a poner en efecto lo que deseaba. Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos,(…) Fue luego a ver a su rocín (…) Cuatro días se le pasaron en imaginar que nombre le pondría (…) pues estaba muy puesto en razón, que mudando su seños estado, mudase él también el nombre (…)Puesto nombre y tan a su gusto a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días (…) Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín, y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse (…) en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer (…) y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos (I,1)

Convertido ya en Don Quijote, como decíamos, por propia voluntad, no volverá a referirse a sí mismo como Alonso Quijano hasta el final de la segunda parte, cuando vuelve a adoptar su identidad original en su lecho de muerte. Y ni siquiera en ese momento, Cervantes renunciará al personaje creado por el hidalgo, a su criatura, y será del deceso de Don Quijote, no del hidalgo Quijano, del que dará cumplida cuenta,

… deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de Don Quijote (II, 74)

Frente a las tesis de aquellos autores que han dado por sentada la locura como hilo conductor de toda la obra, son varias las voces que se alzan dubitativas al respecto. Incluso los defensores de dichas tesis no tienen más remedio que reconocer que Don Quijote pasa por momentos de lucidez; no sólo eso, sino que se le tiene por un hombre de gran ingenio, que a todos asombra por su sabiduría y discernimiento. Pero, si, efectivamente, Don Quijote abandona su mundo delirante para volver a la realidad en determinados momentos de la obra, ¿cómo es que durante esas etapas lúcidas no vuelve a adoptar la identidad de Alonso Quijano?

Una de las tesis más justa y más leal con el espíritu del caballero Don Quijote es, quizás, la de Gonzalo Torrente Ballester, que en su obra El Quijote como juego, propone precisamente eso: Alonso Quijano juega a ser Don Quijote. Torrente Ballester plantea que toda la acción no se trata sino de un juego, pero no en el sentido habitual de divertimento, sino más bien en el sentido que toma el vocablo, tanto en francés como en inglés, de representación. Jouer y to play refieren a la misma acción, la de interpretar, la de encarnar a un personaje. Esta concepción de la trama daría sentido a la pregunta anterior, que dicho autor desarrolla en los siguientes términos:

Lo que parece designar el narrador es una “alternancia” de situaciones: alguien que actúa, a veces, como loco, y, a veces, como cuerdo (…) A esta interpretación tienden quienes aceptan de antemano la locura patológica, la insania, del personaje, autorizados por la ciencia que les dice que ciertos locos atraviesan momentos lúcidos, etc. Esta cómoda explicación deja, sin embargo, una grave cuestión pendiente: ¿porqué Alonso Quijano, en sus momentos de cordura “asume” la personalidad de Don Quijote y sigue comportándose como tal? (3)

La respuesta sería que tal locura no es sino un simulacro, una representación donde, por supuesto, el intérprete no puede dejar de encarnar el papel que, en este caso, él mismo ha decidido “jugar”. Del mismo modo que, en las ocasiones en que los niños juegan a ser bomberos, o policías y ladrones, cuando un niño cae, o tropieza, no se interrumpe el juego, sino que es el bombero, el policía, el ladrón, quién se cae, quien tropieza; de igual manera el hidalgo no interrumpirá el juego ante sus fracasos, sino que “jugará” a que son obra de encantadores.

La razón de la sinrazón

Tras su decisión de convertirse en caballero andante, durante toda la obra el mismo Don Quijote se va reafirmando en su condición de caballero, y así podemos escucharlo en sus propias palabras. En el encuentro con su vecino, tras haber sido apaleado por los mercaderes, Don Quijote acude a los romances que sabe de memoria e intenta implicar al vecino en su representación, pero ante la negativa de éste, y cuando le niega ser caballero y le recuerda su condición de hidalgo, Don Quijote replica:

Yo sé quién soy, y sé que puedo ser no sólo los que he dicho, sino todos los doce pares de Francia y aun todos los nueve de la fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno de por sí hicieron, se aventajarán las mías (I, 5)

Algunos críticos ven en esta afirmación una confusión de Don Quijote en su locura, un desdoblamiento de personalidad, incluso, pero bien podría ser una autoafirmación: Yo sé quién soy, y sé quien podría ser. Es decir, la asunción de la personalidad de Don Quijote es plenamente consciente y voluntaria, incluso afirma que, de haberlo querido, podía haber escogido cualquier otro papel, cualquier otro rol que representar en la etapa de su vida que ahora empieza.

Otro ejemplo lo encontramos en el episodio de los molinos, que comienza así:

En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como Don Quijote los vio… (I,8)

Otra prueba de la conciencia de Don Quijote en su representación. Don Quijote sabe que lo que está viendo son molinos, pero para darles cabida en su fantasía aventurera, les adjudica el papel de gigantes, como así le explica a Sancho, ante las protestas de éste:

Bien parece que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes (I, 8)

Parece que Don Quijote le reprocha a Sancho que “no sabe jugar”. A aquellos que nos hemos criado correteando en la calle, la frase no se nos hace extraña. Cuantas veces habremos tenido que explicar a algún recién llegado o a algún compañero de juegos poco atento, que esas piedrecitas son la comida, el tronco es la casa y el charco es el mar! De nuevo el juego, la representación, el acomodar los elementos reales, de los que Don Quijote es plenamente consciente, a la nueva realidad en la que ha decidido vivir. Hastiado de su monótona vida manchega, aburrido de ver pasar el mundo ante sus ojos a través de sus lecturas, ha decidido abandonar su sillón y convertirse en personaje de sus tan queridas y admiradas novelas de caballerías. Ya en su primera salida, tras cabalgar por los campos de la Mancha, encomendándose en cuerpo y alma a su amada Dulcinea y dando instrucciones al sabio que en futuro escribirá la verdadera historia de sus famosos hechos,

al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre; y que, mirando a todas partes por ver si descubriría algún castillo (…) vio, no lejos del camino por donde iba, una venta (I,2)

Don Quijote “busca” un castillo y “ve” una venta. La frase de Cervantes no deja lugar a dudas, no existe confusión, no existe delirio, Don Quijote ve la realidad exactamente como es. Pero, de nuevo o deberíamos decir por primera vez, pues se trata del primer episodio de sus aventuras, de su primera salida, adapta esta realidad a su fantasía, y así

Como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído, luego que vio la venta se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadizo y honda cava, con todos aquellos adherentes que semejantes castillos se pintan. (I,2)

Lo mismo podríamos afirmar acerca de las posteriores aventuras de Don Quijote, como su encuentro con la señora vizcaína y los frailes de San Benito, de quienes afirma Cervantes

apenas los divisó don Quijote… (I,8)

explica a Sancho quienes son, en “su realidad”, y ante la perplejidad del escudero, se reafirma de nuevo

Ya te he dicho, Sancho, que sabes poco de achaque de aventuras; lo que yo digo es verdad (I,8)

Durante toda la primera parte de la obra, es frecuente esta readaptación de la realidad a la invención de Don Quijote. Invención, que no delirio, puesto que para la invención debe existir una intención previa de transformación, y, por el contrario, el delirio aparece en el sujeto de forma involuntaria, haciéndole creer lo que no es. En el episodio de los rebaños, la nube de polvo que estos levantan hace imposible dilucidar quienes son los grupos que avanzan hacia el caballero y el escudero, y ante esta sugerente tovanera, Don Quijote halla el marco propicio para liberar toda la creatividad de su imaginación.

alegrándose sobremanera, pensó sin duda alguna que eran dos ejércitos, que venían a embestirse y a encontrarse en mitad de aquella espaciosa llanura. Porque tenía a todas horas y momentos llena la fantasía de aquellas batallas, encantamentos, sucesos, desatinos, amores, desafíos, que en los libros de caballerías se cuentan, y todo cuanto hablaba, pensaba o hacía era encaminado a cosas semejantes.(…) Con tanto ahínco afirmaba don Quijote que eran ejércitos, que Sancho lo vino a creer (I,18)

Amparado el caballero en las nubes de polvo que les turbaba y cegaba la vista, realiza una preciosa y espectacular descripción de los ejércitos contendientes

Y desta manera fue nombrando muchos caballeros del uno y del otro escuadrón, que él se imaginaba, y a todos les dio sus armas, colores, empresas y motes, de improviso, llevado de la imaginación (I,18)

Hasta que decide participar en la batalla. En relación a este episodio, Torrente Ballester da una vuelta de tuerca en su interpretación de la obra. Como argumento para demostrar la voluntad de representación pseudo-teatral de Don Quijote, la puesta en escena espontánea de su juego, formula, incluso de manera gráfica, la imposibilidad de alancear las ovejas sin una intención previa de hacerlo. Según la tesis de este autor, si Don Quijote hubiera embestido a un supuesto enemigo, hubiera marchado con la lanza apuntando al frente, pero el hecho de que alcance a las reses implica que ha tenido que apuntar con la lanza hacia abajo, por tanto, Don Quijote “sabe” que son ovejas y no jinetes el “enemigo” al que se enfrenta.

Otra de las cuestiones planteadas respecto a la locura del aventurero don Quijote es la de su amor por Dulcinea. Según la opinión generalizada de los críticos, Don Quijote ama a Dulcinea como consecuencia de su locura, cree que esa aldeana zafia y robusta es ciertamente la princesa de sus sueños, la enamorada a quien dedica sus hazañas, la dama embelesada a quien debe rendir pleitesía y encomendarse en sus aventuras. Pero Don Quijote sabe perfectamente que Dulcinea no existe como tal. Al igual que ha hecho con los demás componentes de su fantasía, dispone esa figura ideal de acuerdo con el modelo aprendido en los libros de caballerías, pero siempre con plena conciencia de que se trata de una nueva invención. Para dar veracidad al juego, debe existir alguien que “interprete” el papel de señora de este cautivo corazón, y adjudica dicho papel a la lugareña a quien, tiempo atrás, había mirado con buenos ojos, aunque sin materializar nunca ningún contacto. Es el propio caballero quien explica esta circunstancia con gran acierto y precisión, cuando Sancho cae en la cuenta de la verdadera personalidad de Dulcinea:

Por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tanto vale como la más alta princesa de la tierra. Sí, que no todos los poetas que alaban damas debajo de un nombre que ellos a su albedrío les ponen, es verdad que las tienen.(…) sino que las más se las fingen por dar sujeto a sus versos y por que los tengan por enamorados y por hombres que tienen valor para serlo. (…) yo imagino que todo lo que digo es asi, sin que sobre ni falte nada, y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad. Y diga cada uno lo que quisiere (I, 25)

Pero es el propio autor, Cervantes, quien nos da la clave para entender la no-locura del personaje. En una frase se resume todo este trajín imaginativo del aventurero, esta conciencia plena del hidalgo en su papel de caballero andante, este juego de presencias y fantasías que ha llevado a Don Quijote por la Mancha deshaciendo entuertos, socorriendo desvalidos y entablando batallas, cumpliendo, en fin, su sueño de ser un paladín de la humanidad. Cuando en la segunda parte de la obra, Don Quijote llega al palacio de los duques y es recibido con todo tipo de agasajos y fanfarrias,

aquel fue el primer día que de todo en todo conoció y creyó ser caballero andante verdadero, y no fantástico (II,31)

Con esta escueta frase el propio autor asume todo lo ahora propuesto: que Don Quijote no sufre de delirio alguno, sino que todas sus aventuras, sus entelequias, sus fantasías, no son un producto de las patologías mentales varias que le han sido diagnosticadas a lo largo de la historia, sino que es una idealización absolutamente consciente, voluntaria y consecuente de su propia existencia. Es, en definitiva, un ejercicio de libertad en el que el personaje se atribuye de manera quizás algo irreflexiva, pero totalmente intencionada, las facultades que le permitirán llevar a cabo su misión y la potestad de amoldar a su propio ideal la realidad y las circunstancias que le rodean.

Cervantes, como creador de su personaje, le concibe así mismo creador de su propio mundo, dándole libertad para recrear en su imaginación todos los elementos que va encontrando en su camino a la fama eterna a la que aspira como caballero andante y que poco suponía que iba alcanzar tan ampliamente, de manera universal:

¿Habéis encontrado vuestra vida en la Tierra? ¿A qué conclusiones habéis llegado? El hombre podría señalar, en silencio, el Quijote.

Dostoievski (4)


La sinrazón de la razón

Cervantes utiliza, como estamos viendo, un recurso literario novedoso: el protagonista de la novela es creación del protagonista de la novela, en un ejercicio de enajenación influido por las lecturas absorbentes de novelas de caballerías, entre otras. No olvidemos que en la biblioteca del hidalgo manchego se encuentra también lo más florido de la poesía renacentista española, y, asimismo, obras épicas, crónicas históricas en verso heroico, todas ellas obras con un gran valor literario, según van descubriendo los artífices del escrutinio de la biblioteca de Quijano y nos verifica el propio autor

y tales (libros) debieron de arder que merecían guardarse en perpetuos archivos (I,7)

El hidalgo, pues, no sólo se vería impresionado por el recuento de aventuras fantásticas que narraban los libros de caballerías, aunque se menciona que eran sus favoritos, sino también por el valor y el mérito de personajes reales, históricos, que conoció a través de sus lecturas. También la lírica, con su exaltación de valores morales, afectivos, idealistas, habría hecho mella en el corazón del manchego, y la amalgama de todos estos sentimientos consolida el espíritu de entrega, de valor, de renuncia, de abnegación, en que basará Alonso Quijano su conversión en el caballero Don Quijote de la Mancha.

Has de saber que yo nací, por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la de oro, o la dorada, como suele llamarse. Yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las grandes hazañas, los valerosos hechos (I,20)

En cada aventura en la que se involucra, Don Quijote no deja pasar la ocasión de declarar sus intenciones, pues para él su vocación se ha convertido en su lema, en su modus vivendi, en su pasión y en la única esencia de su existencia. Abandona su vida anterior para convertirse en paladín de la lucha contra la injusticia y de la defensa de los necesitados, renuncia que merece la siguiente reacción de Unamuno:

Pierde el juicio por nosotros, para nuestro provecho, para dejarnos un ejemplo eterno de generosidad espiritual. Es decir, don Quijote se vuelve loco para expiar nuestra monotonía, nuestra miserable falta de imaginación. (5)

Quizás, como coinciden la mayoría de críticos, la intención inicial de Cervantes era redactar un episodio más de sus Novela Ejemplares: la historia en sí es lo bastante novedosa y edificante para formar parte de ellas. Lo cierto es que halló el autor el medio perfecto para realizar una crítica contundente, perspicaz y sensata de todos los vicios, todos los estamentos sociales, todas las costumbres, todos los resentimientos culturales de la época. La anacronía de emplazar un caballero andante en tierras manchegas, en lugar de en escenarios fantásticos, y en época contemporánea, como demuestran las alusiones a eventos y hechos verídicos, verificadas ampliamente por la crítica cervantina, en lugar de tiempos pretéritos o irreales, adquiere su pleno significado en cuanto permite al autor erigirse en cronista, irónico, pero veraz, de su propia época. Cervantes es ya un hombre anciano cuando publica el Quijote, y plasma en la obra todo el conocimiento, toda el análisis crítico, todo el resentimiento, toda la amargura, pero también toda la felicidad, toda la euforia, que le provoca el balance y la evocación de su propia vida. Hay un pasaje de la obra en que se condensa, más que en ningún otro, toda esa crítica social que Cervantes propone. Es, además, un elemento literario de polifonía inusitado hasta el momento, y excepcional por lo novedoso y bien fraguado; ningún autor con anterioridad había realizado tal magistral ejercicio de acción coral.

Y alzando el lanzón (don Quijote), que nunca le dejaba de las manos, le iba a descargar tal golpe sobre la cabeza, que, a no desviarse el cuadrillero, se le dejara allí tendido.(…) El ventero, que era de la cuadrilla, entró al punto por su varilla y por su espada, y se puso al lado de sus compañeros. Los criados de don Luis rodearon a don Luis, porque con el alboroto no se les fuese. El barbero, viendo la casa revuelta, tornó a asir de su albarda, y lo mismo hizo Sancho. Don Quijote puso mano a su espada y arremetió a los cuadrilleros. Don Luis daba voces a sus criados, que le dejasen a él y acorriesen a don Quijote, y a Cardenio, y a don Fernando, que todos favorecían a don Quijote. El cura daba voces, la ventera gritaba, su hija se afligía, Maritornes lloraba, Dorotea estaba confusa, Luscinda suspensa y doña Clara desmayada. El barbero aporreaba a Sancho, Sancho molía al barbero, don Luis, a quien un criado suyo se atrevió a asirle del brazo porque no se fuese, le dio una puñada que le bañó los dientes en sangre; el oidor le defendía; don Fernando tenía debajo de sus pies a un cuadrillero, midiéndole el cuerpo con ellos muy a su sabor; el ventero tornó a reforzar la voz, pidiendo favor a la Santa Hermandad: de modo que toda la venta era llantos, voces, gritos, confusiones, temores, sobresaltos, desgracias, cuchilladas, mojicones, palos, coces y efusión de sangre. Y en la mitad de este caos (…) don Quijote (…) dijo, con voz que atronaba la venta:

– Ténganse todos; todos envainen; todos se sosieguen; óiganme todos, si todos quieren quedar con vida.

A cuya voz, todos se pararon (I,45)

En esta escena aparecen todos los estamentos de la sociedad española del momento, desde los estratos más bajos, como el aldeano Sancho y la criada Maritornes; la clase asalariada y artesana, como los criados, el ventero, el barbero; la clase media, personificada por hacendados rurales como Cardenio y Dorotea; la nobleza, encarnada en don Fernando; y hasta la milicia, representada por los cuadrilleros, y, como no, el clero, en la figura del cura vecino de don Quijote. Y, como en la vida real, la convivencia en esta pequeña muestra de la nación no se desarrolla de manera moderada y pacífica, sino que acaban todos en franca y abierta disputa, enfrentados entre sí, sin solución visible y por un motivo manifiestamente ordinario. Antonio Rey sugiere la siguiente interpretación:

¿A qué responde la unión de éste microcosmos en la venta? ¿Con que objeto se produce la síntesis social de esta minicorte? Para burlarse de ella, de la sociedad coetanea española, de su necia vaciedad, de su inconsistencia, de la superficialidad de sus intereses y preocupaciones, aunque, eso sí, sin acritud, sin sarcasmo, con distanciada ironía. Y todos estos seres discuten y se pelean (…) Y para colmo, sólo un loco, don Quijote, cuya locura caballeresca había sido el origen de tan paródico juicio, es capaz de detenerla. (6)

La generosidad, la renuncia, la misericordia, la austeridad, la justicia, el honor, el amor al prójimo, estos son los valores que encarna don Quijote, y que quedarán fijados para siempre en su Triste Figura. Y sobre todo, la libertad. La libertad encarnada en su propia persona, en la decisión valiente, férrea, serena, de encaminar su vida a la defensa de la libertad de los demás, asumiendo el riesgo físico que entraña. Como salvaguardia de esta libertad se enfrenta a enemigos disparatados, es cierto, pero también a la autoridad real, corpórea, y a las fuerzas del orden, anteponiendo su ideal de independencia y justicia al cumplimiento de las leyes humanas.

Don Quijote es, hoy siempre todavía, con permiso de Machado, el modelo en que se espeja todo aquel que sublime el sentimiento fraterno, la justicia entre los hombres, la libertad de pensamiento, de acción, de expresión, por encima de intereses materiales, anhelos de poder, consecución de éxitos terrenales, vacuos e intrascendentes. Se pregunta el profesor Reyes Cano desde su cátedra cómo es posible el olvido, el arrinconamiento, el desconocimiento de esta obra cumbre de la literatura española, durante tantos años, por las sucesivas jerarquías soberanas, entre ellas, las autoridades educativas. Quizás la respuesta esté en el sentido libertario, el espíritu liberador, como le denomina María Zambrano, que impregna la obra, la actividad del personaje y su temperamento. El comportamiento de don Quijote no deja de ser subversivo, y como tal, desde el punto de vista del poder, un mal ejemplo para ciudadanos a quienes se prefiere sumisos, disciplinados y manejables. Pero, para su desgracia, los lectores del Quijote hemos seguido su ejemplo, y así, influenciados por su lectura, hemos perdido el juicio, y seguimos creyendo en un mundo más humano, más justo, más libre.

Todos creemos en la realidad de nuestros sueños, y terminamos siendo lo que soñamos porque los sueños nos modelan un poco a su imagen y semejanza. Todos tenemos libros de caballerías en la cabeza y ¡ay del que no los tenga! (7)


(1) Antonio Rey Hazas.. Poética de la libertad y otras claves cervantinas. Eneida, Madrid, 2005. (pag. 210)

(2) Miguel de Cervantes. Don Quijote de la Mancha.. Cátedra, Madrid, 1977. (Todas las citas sucesivas de la obra de esta edición)

(3) Gonzalo Torrente Ballester. El Quijote como juego. Guadarrama, Madrid, 1975 (pag. 35)

(4) Antonio Rey Hazas. Op. cit. (pag. 203)

(5) Harold Bloom. El canon occidental. Anagrama, Barcelona, 1996 (pag. 145)

(6)Antonio Ray Hazas, Op. cit. (pag. 227)

(7) Luis Rosales. Cervantes y la libertad. Cultura Hispánica. Instituto de Cooperación Iberoamericana. Madrid, 1985 (pag. 463)

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Acerca de depoetasyenergumenos

Ecléctica, caótica, vital. Comunicar, vivir, compartir. Aire, fuego, luz. ... but only cosmic stardust, after all.
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